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Escribe mejor, bitch

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A veces me hago entrevistas en voz alta. Esto, que dicho así suena patético, es una técnica que leí en algún lado para establecer objetivos y averiguar cuáles quieres que sean los logros que los demás valoran de ti. Además, es un chute gratuito de neurotransmisores del placer para el cerebro: según me contó una vez mi amigo Anxo, hablar de uno mismo estimula las mismas áreas del placer que tomar drogas.

(Y sí, por eso nos mola tanto actualizar el estado de Facebook)

Hoy me ha entrevistado Victoria, de Masviva.net, y la experiencia ha sido tan satisfactoria como me esperaba, si no más. ¡Casi una hora hablando de mí, de lo estupenda que soy y del éxito de mi blog! Que es un éxito discreto, sí, pero profundo. Mi volumen de lectores es modesto, pero son tan amorosos que abultan el triple.

Ya os avisaré cuando Victoria, que es un encanto, publique la entrevista en su blog. Mientras tanto, espero que no le importe que divague un poco sobre lo que hemos hablado hoy. Me ha preguntado qué aconsejaría a la gente que quiere escribir. Tengo un post larguísimo sobre el tema aquí, pero mi opinión se resume en:

Escribe mejor, bitch.

¿Qué es escribir mejor?

Es escribir, para empezar. No seas uno de esos escritores que habla de escribir todo el rato y después no escribe. No pienses que deberías estar escribiendo: agárrate de tu propia coleta y siéntate a escribir. Escaquéate, pero vuelve siempre. Sé constante en tu inconstancia.

Es leer mucho, leer un montón. Leer a los escritores y blogueros que te gustan y averiguar por qué te gustan. Son claros y directos, ¿cómo lo consiguen? Son personales y te hacen reír, ¿dónde está el secreto? No es magia. Es técnica, trabajo y un soplo de talento. Siempre es mejor copiar algo bueno que innovar con basura.

Es revisar, revisar, revisar. Le decía a Victoria que si saber vestir es pasarse una hora pensando en qué vas a ponerte, y que luego parezca que te has puesto lo primero que has pillado, saber escribir es pasarte tres horas revisando tu texto y que parezca que te sale natural. No sale natural. NO. Escribe un borrador, olvídate del crítico y deja volar a tu imaginación... pero cuando llegue el momento de publicar, trae de vuelta al crítico y no tengas piedad.

Es, al mismo tiempo, ser bueno contigo mismo. Porque si te pasas con el crítico y te puede el perfeccionismo, nunca aprenderás de tus errores. "Lo mejor es enemigo de lo bueno", dice mi padre, y he ahí el problema de querer ser perfecto: que paralizarte no te ayuda a escribir mejor.

Es no tener miedo. Hacer caso a Hemingway cuando decía: "Write hard and clear about what hurts". Es identificar todos los "yo creo que", "en mi humilde opinión" o "bajo mi punto de vista" y tacharlos de un plumazo. Es convertir lo tibio en caliente o en frío.

Es que no te dé pereza buscar en la RAE, o leerte tres páginas de debate en un foro sobre gramática antes de decidir si quieres empezar tus frases con conjunciones. Es documentarse cuando toca. Es imaginar cuando toca.

Es ser tu mismo, sabiendo que, en realidad, tú no le interesas a nadie. Cuando un lector invierte en ti su tiempo, se pregunta "¿y qué saco yo de esto? ¿Qué tiene que ver lo que escribes tú conmigo?". Así que sé tú mismo si eso significa ser un humano empático, observador y entretenido. Si ser tú mismo quiere decir masticar tus neuras y hacer fotos con filtro a tu desayuno, entonces, por favor: ahórratelo.

Es no buscar excusas, y ser consciente de que aunque hay mucha gente escribiendo regular, hay poca gente escribiendo bien, y en en el extremo de la campana de Gauss todavía queda mucho sitio. Es escribir para la gente, no para Google. Es darlo todo cada día por hacerlo algo mejor, sabiendo que no es cuestión de suerte que te encuentren: es cuestión de practicar en la dirección correcta y tener un poquito de paciencia.

¿Quieres que te presten atención? Conviértete en alguien digno de ser atendido. ¿Quieres que te lean? Pues escribe mejor, bitch.

Sobre censurar comentarios en el blog

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NOTA PREVIA: Aunque parezca que este post va dirigido a los anónimos ofensivos (AOs), en realidad no es así. A los AOs les va a salir por un oído y a entrar por el otro, y se quedarán con la idea de que soy una malvada censora que no acepta críticas. OK. En realidad, este es un post dirigido al resto de los lectores del blog. Cuando yo leo a alguien, me gusta que esa persona sea coherente y justifique los motivos por los que hace las cosas, porque me ayuda a respetarla y a seguir apreciando su trabajo. Escribo este post para dar a esos lectores la explicación que se merecen.

*******

Hoy he recibido el siguiente comentario en el post de ayer:

"De tener un poquito de paciencia, practicar en la dirección correcta y censurar las críticas que no te gustan, que es lo que has hecho siempre en este blog. Ocurre que no todos los lectores somos amorosos, ni sentimos la necesidad de serlo, pero, aún así , seguimos siendo lectores. A no ser que tu ambición se reduzca a repartir tu novela entre los comentaristas amorosos suscritos a tu lista de correo, cosa que dudo mucho porque tú eres más Gómez Jurado style."

Estaba firmado por un anónimo, que imagino que se refería a los dos comentarios que recibí y eliminé ayer. A saber:

Comentario 1: "Espero que tu novela sea buena de verdad porque después de tantas estupendeces y tantos consejos de autoayuda narrativa sería un poco raro."

Comentario 2: "Modo autobombo on."

Los dos estaban también firmados por un anónimo. Yo no sé qué opinaréis vosotros, pero a mí esos comentarios no me parecen críticas: me parecen insultos. Por eso los elimino. ¿Es censura? Sí. Lo que pasa es que están escritos desde la agresividad y no creo que aporten nada ni al blog ni a los demás lectores.

Si el primer anónimo de ayer me hubiera comentado algo como:

"Hola, Marina. Lo que dices puede tener sentido, pero quizá deberías esperar a probar tu talento narrativo antes de lanzarte a dar consejos a los demás. De lo contrario, te puede salir el tiro por la culata; si tu novela es un desastre, perderás toda tu credibilidad".

Entonces, yo habría contestado:

"Hola, X (porque hubiera estado bien tener un nombre al que dirigirme). Tienes parte de razón. Nunca daría consejos sobre escribir una novela, porque no tengo ni puta idea sobre eso. Estoy experimentando y aspiro a escribir la mejor novela que pueda escribir ahora, y después a pasar a la siguiente y seguir mejorando.

Mis consejos son sobre escritura en general, que es un tema en el que me considero más competente. En cualquier caso, están dirigidos a quienes hayan leído lo que he publicado hasta ahora y me crean lo bastante buena escritora como para hacerles caso.

Gracias por comentar y un saludo."

El de "modo autobombo on" podría haber reformulado su comentario así:

"Hola, Marina. ¿No te parece que el tono de esta entrada es un poco prepotente? Quizá podrías expresar lo mismo de manera más suave, para no producir rechazo a tus lectores y que el mensaje llegue a más gente."

Y yo le habría respondido:

"Hola, Y (de nuevo, es agradable poder referirse a la gente por su nombre o seudónimo). También tienes parte de razón. Cuando publiqué el post, me quedó una sensación desagradable, porque pensé que podía sonar algo brusco y no era mi intención. En realidad, no me gusta nada cabrear a la gente. Si otras personas opinan como tú, quizá lo cambie, porque quiero que lo que escribo resulte útil, y no gratuitamente polémico.

Gracias por tu opinión y un saludo".

En cambio, este o estos anónimos redactan sus comentarios de una forma pasivo-agresiva e hiriente, y resulta mucho más difícil extraer la parte de verdad que sin duda contienen.

Ante eso, tengo varias opciones:

1) Contestar esos comentarios de forma educada. Pero, ¿por qué tengo que ser educada y amable con alguien que no es educado ni amable conmigo? Anónimo primero de ayer: quizá a ti te parezca que tu comentario me resbala. Sin embargo, el temor a que después de años escribiendo y amando desesperadamente la literatura mi novela sea un desastre total es un temor verdadero al que me enfrento cada día. Me sobrepongo como puedo, porque ya soy mayorcita y escribir va de eso, pero tu comentario hurga directamente en esa herida y me pone muy triste. ¿Tengo encima que ser amable contigo?

2) Ignorar los comentarios, pero dejarlos publicados en aras de la libertad de expresión. Esta opción tiene un riesgo: que otros lectores majos salgan a defenderme. Ha pasado otras veces y no ha terminado bien. Quiero que mi blog sea un sitio donde la gente viene a leer cosas interesantes y entretenidas, a relajarse y a evadirse, no a enfrentarse a la negatividad de otras personas, y mucho menos a gastar su energía en defenderme.

3) Borrar los comentarios y activar la moderación. Es limpio, es silencioso y resulta brutalmente efectivo para desanimar al anónimo. En cuanto hago eso, la persona o personas desaparecen, al menos durante un tiempo.

Por eso opté por la opción tres. Y ahora el mismo (u otro) anónimo (en serio, sería utilísimo que utilizaran algún nombre, aunque sea Anónimo1, Anónimo2...) me escribe en un tono condescendiente y victimista, quejándose de que censuro a los comentaristas que no son amorosos, y proclamando su condición (legítima) de lector no amoroso.

Cuando yo digo "mis lectores son amor", me refiero a que tengo la enorme suerte de contar con lectores cariñosísimos y entusiastas, que me apoyan, me escriben palabras amables, quedan conmigo en ciudades extrañas, me ofrecen sus casas, me llevan a museos, salen conmigo a tomar tapas en San Valentines solitarios, me enseñan tiendas de pintaúñas, me cuentan sus problemas y confían en mí. "Mis lectores son amor" no expresa mi voluntad de congregar a un séquito descerebrado de fans incondicionales; es un intento de agradecer el inmenso apoyo y afecto que me ha transmitido la mayoría de los lectores desde que escribo aquí. Que alguien ridiculice ese apelativo me cabrea.

Anónimo1, 2, 3 o quien seas: puedes no ser amoroso. No hace falta que me digas lo mucho que te gusta lo que escribo. Aquí tienes un ejemplo del comentario de Anónimo76 (¿dónde estás, por cierto? ¡Te echo de menos! ¡Tú al menos te pusiste un número!) criticando de forma constructiva uno de mis relatos. No tienes por qué ser amoroso, pero puedes ser educado y amable. Me gusta la gente amable.

Resumiendo:

Voy a borrar o a no publicar los comentarios que considere ofensivos, insultantes o hirientes. El criterio de lo que es ofensivo, insultante o hiriente será el mío. Cuando publique mi (probablemente mediocre) novela, eres libre de irte a Amazon a escribir una reseña espantosa y criticarla de forma no constructiva. Me dolerá, seguro, pero no podré hacer nada por evitarlo. Mientras tanto, este es mi blog, y no voy a aceptar que agredas algo en lo que pongo muchísimo esfuerzo y cariño.

Ahora le daré a publicar y me prepararé para recibir vete a saber qué cosas en mi bandeja de entrada. Por otra parte, el (o los) anónimos debería(n) estar más que satisfecho(s). Su mensaje ha quedado ampliamente divulgado.

Aviso: redirección

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He redireccionado el blog a la nueva página para obligarme a acabarla de una puta vez ejercer una sana presión en mi voluntad. En unos segundos, serás redirigido allí. No te asustes; el blog volverá con todo su contenido intacto. ¡Gracias por tu paciencia!

¡Estoy aquí!

Vale, una pequeña introducción

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Yo escribía aqui y eso me hacía feliz. Después decidí tomarme lo de escribir más en serio y abrí este blog. ¿A que es bonito? Me encantan el dibujo de la cabecera, la tipografía y el diseño. Conseguí tener unos 700 suscriptores en medio año; no es muchísimo, pero no está mal. Pero escribir ahí no me hacía nada feliz. De hecho, era lo más parecido a dejar que me arrancasen muelas sin anestesia.

También mandaba una newsletter todos los lunes. Escribir las newsletter en sí me gustaba. Pero es que escribir una newsletter no es solo escribirla: tienes que configurarla, maquetarla, buscar una imagen y enviarla.

[Párrafo que te puedes saltar si no envías newsletter ni tienes blogs]
Encima, yo uso dos servicios distintos de correo porque mando demasiadas newsletters como para usar Mailchimp. Mailchimp es carísimo si te pasas de 2000 suscriptores, y yo tengo varios blogs. Así que utilizo Mailchimp para maquetar las newsletter y se las envío ahí a parte de mi lista, y el resto lo hago con Sendy. Sendy es una locura de barato, porque utiliza los servicios de envío web de Amazon; pago menos de dos euros al mes por enviar literalmente miles de correos. Pero también es un poco coñazo para según qué cosas.
[Fin del párrafo que te puedes saltar]

Total, que enviar newsletters también era como que me hicieran una endodoncia sin anestesia. Me estaban amargando los lunes, que suele ser mi día favorito de la semana.

Finalmente, hace ahora un mes decidí parar. Parar del todo: de escribir posts y de enviar newsletters. De pensar en el blog y de ponérmelo como tarea pendiente.

Fue un alivio.

Descubrí varias cosas:
- Que puedes tener una vida sin tener un blog personal. Sé que esto parece obvio, pero llevaba blogueando más de diez años casi sin parar. Estoy acostumbrada a contarme a mí misma en Internet.
- Que, de repente, me apetecía hacer otras cosas con mi vida literaria, como escribir mi novela y leer best-sellers chungos.
- Que MarinaDiaz.Net, por alguna razón, no me estaba funcionando.

Soy muy analítica y me gusta hacer listas como la de arriba, pero aun así me propuse no hacer ninguna lista sobre por qué no me estaba funcionando MarinaDiaz.Net. Simplemente, no quería pensar más en ese blog durante un tiempo.

Aun así, mi cerebro estaba inconscientemente elaborando su propia lista. Y hace un par de semanas decidí que quería volver a escribir un blog personal, y que mi necesidad de comunicarme de esta forma era mayor que mis neuras. Ahí fue donde saqué mi lista inconsciente de por qué MarinaDiaz.Net no me está funcionando.

Era esta:
- Porque no tengo un rato en el que incorporar el hábito de escribir. Cuando no tenía pareja, y vivía sola escribía por la noche, después de cenar. Era fantástico y me hacía irme a la cama con una sensación buenísima. Después se me juntó compartir piso con conocer a Pablo e irme a vivir con él. A mí, en realidad, me gustaría poder llevar dos vidas paralelas: en una de ellas vivo sola, y en otra con Pablo. Porque vivir con Pablo me encanta, es divertidísimo, es un poco como estar todo el rato de campamento de verano. Pero vivir sola también me encantaba. Me fascinaba la sensación de poder cerrar la puerta de mi casa y que no entrara nadie si yo no lo decidía así.
Ahora, después de cenar estoy con Pablo. Nos tiramos a leer en el sofá o vemos alguna peli. Y no me apetece cambiar eso para ir a encerrarme sola en mi habitación.
- Porque ese blog me intimida. ¡Tiene mi nombre y apellidos escritos en letras enormes! Y cada vez que escribo un post lo comparto en Twitter, y en Facebook, y en todas partes. ¿Qué puedo escribir ahí que sea realmente sincero?
- Porque ese blog no está hecho para ser un blog personal. Está hecho para ser un blog publicitario. La idea de profesionalizar un poco el blog y ponerlo bonito tenía que ver, entre otras cosas, con que en algún momento publicaré la novela que estoy escribiendo y quería tener lo que hoy en día se llama "una plataforma de autor". De ahí mi nombre, foto, etc. Así que llegó un punto en que sentía la obligación de mantener "la silla caliente" en el blog para cuando termine la novela.

[Nota: la novela es real, ya voy por el tercer borrador y llevo escritas 110000 palabras de ella. Avanza despacio, pero avanza]

- Porque me paso todo el puñetero día escribiendo. Ahora mismo mi trabajo consiste en escribir mails en una web de terapia por email. Además, escribo el blog de esa web, mi otro blog sobre psicología y la novela, a un ritmo de un capítulo por lustro, más o menos.
- Porque me resultaba agotador escribir con la idea de atraer lectores, poner los posts bonitos, buscar imágenes con Creative Commons License, incluir enlaces, etc. Tardaba un montón.

Así que se me han ocurrido algunas ideas para superar mi bloqueo creativo.

A saber:
- Escribir por las mañanas. Las mañanas son el rato del día en el que estoy sola, porque Pablo se acuesta y se levanta un par de horas más tarde que yo. Antes me resistía porque pensaba "tengo que empezar a currar YA". Pero bueno, me apetece. Será el equivalente a hacer yoga matutino y empezar el día con buen pie.
- Escribir aquí. Este blog no me intimida. Está en un rinconcito de la blogosfera y ni siquiera tiene su propio dominio (aunque massobreloslunes.com es mío).
- No publicar nada en redes sociales. De hecho, puede ser que borre mis cuentas. O quizá no; aún no lo tengo claro.
- Publicar sin imágenes ni historias raras. Escribir y punto. Los libros no tienen imágenes y la gente bien que se los lee. Pondré imágenes cuando me apetezca, pero no siempre, para así tardar menos en publicar y hacerlo más a menudo.
- Escribir aquí porque sí, y no para hacerle publicidad a la novela. Enlazaré la lista de correo porque sé que hay gente que quiere que les avise cuando la publique, pero no estaré todo el rato dando por saco con la lista de las narices.
- Escribir lo que a mí me apetezca y que lo lea quien quiera.

Así que mis brillantes ideas, salvo escribir por las mañanas son exactamente lo mismo que estaba haciendo hace tres años con éxito total :)

En fin, si has llegado hasta aquí es que me aprecias de verdad. ¡Gracias! Ahora mismo no voy a decir en ningún lado que estoy escribiendo aquí, por si me harto de nuevo en unos días. Quizá has llegado hasta aquí porque me tienes en alguno de esos sistemas misteriosos de feed que nunca llegué a dominar. En cualquier caso, mantén tus expectativas bajas :D

Abracitos y welcome back.

Estoy mutando a Mary Poppins

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Llevo unos cuantos meses sintiendo que para que mi vida mejorara necesitaba aprender a tener mi casa limpia y recogida. Vivo fuera de casa desde hace doce años, y mi nivel de limpieza ha oscilado entre limpísima a la fuerza, cuando la persona con la que vivía padecía un trastorno obsesivo-compulsivo, y guarra-a-más-no-poder-porque-total-esto-es-un-piso-de-estudiantes-que-nadie-limpia.

A mi favor tengo:
- No me importa tirar cosas y nunca me ha importado. Es más: me relaja, y a veces acabo tirando más de la cuenta. Tengo anti-Diógenes.
- Como resultado, tengo relativamente pocos objetos. Cuando la casa se desordena, es un desorden superficial que se puede arreglar en un rato. No entro en una espiral de degeneración sin fin.
- No soy ordenada, pero sí organizada. Más o menos. Me gusta que las cosas tengan su sitio y crear sistemas.
- Me molesta la suciedad. Que la tolere no quiere decir que me haga feliz.

En mi contra, sin embargo, tengo:
- Soy un poco vaga, las cosas como son. Nunca encuentro el momento de ponerme a ordenar y limpiar.
- Mis sistemas de organización me duran poco.
- No soy sistemática. Me paso tres noches recogiendo la cocina antes de dormir, y a la cuarta digo: "a la mierda, tengo sueño", y me acuesto con todo por medio.

Pablo hace mucho en casa. Esto es gracias a que hay bastantes tareas que a él le interesan personalmente y a mí me dan igual, así que sabe que si no las hace él, no las hace nadie: por ejemplo, hacer la compra y la comida, o poner el lavavajillas. Yo puedo sobrevivir de restos fríos y arroz con leche del Mercadona, y lavar sin fin a mano el único cuenco que estoy usando. En una fase de mi vida, decidí dejar de comer alimentos que hiciera falta colar para no tener que limpiar el escurridor. Él, como es vegano, necesita cierto nivel de elaboración alimentaria para no morirse de asco/desnutrición.

Con este panorama, he decidido mutar a la sobrina que Mary Poppins y Bree Van De Kamp nunca tuvieron. Y, como buena Matilda que soy, busco la solución en mis amigos los libros.

El primero que me he leído ha sido "La Magia del Orden", de Marie Kondo. Marie Kondo, que parece un nombre de chiste tipo Paco Jones o Francisco Lorinco Lorado, es una japonesa obsesionada con el orden y la organización desde que tenía cinco años, que ahora se gana la vida enseñando a la gente a ordenar sus casas. Ha escrito un libro para difundir su método de organización: el método Konmari.

Yo tengo debilidad por las cosas bien pensadas y reflexionadas, y el método Konmari es todo eso y mucho más. Es original, radical y un poco mágico. Marie es sintoísta y piensa que los objetos tienen alma, así que su método incluye instrucciones como "doblar bien los calcetines para que puedan descansar", "agradecer a tus objetos antes de tirarlos" o "no tener cosas que no utilizas, porque se ponen tristes". Explica que cuando ella era pequeña se sentía un poco sola por ser la hermana mediana, y que piensa que por eso desarrolló relaciones tan fuertes con sus objetos.

Si leéis reseñas de Amazon, veréis que la mayoría de gente piensa que Marie Kondo tiene un buen método pero está como un cencerro. Yo creo que es un genio. Puedo identificarme perfectamente con eso de que los objetos tienen alma (nota mental: ¿hacerme sintoísta?). Hace mucho tiempo, un chico cuya identidad secreta no puedo desvelar, pero a quien los lectores antiguos de este blog conocísteis en su día, me regaló un par de objetos: una mochila y una magnesera. La relación con el chico en sí no fue bien, así que cada vez que veía la mochila y usaba la magnesera, que encima no cerraba bien, pensaba en él y me cabreaba. Por otra parte, no quería tirarlas, porque pensaba que las pobres no tenían la culpa de que las cosas no hubieran salido bien entre nosotros.

Verídico.

Por otra parte, te creas o no lo del alma, los humanos necesitamos este tipo de ritos, personalizaciones y excusas. Lo que Marie te está diciendo cuando te anima a que des las gracias a esos zapatos que te hacen daño por producirte emoción cuando las compraste, y luego los tires, es: sé que te sientes culpable por haber gastado dinero, pero fue un dinero bien empleado y, en cualquier caso, ya no tiene remedio, así que tira esos zapatos y sigue con tu vida.

Además, Marie dice que el criterio para elegir si te quedas o no con algo no debe ser si lo usas o si está en buen estado. Debe ser: ¿me hace feliz? En inglés la expresión es "does it spark joy?", que tiene que ver con producir alegría. No sé qué matices tendrá en japonés. Pero el mensaje está claro: cuando vives rodeado de objetos y ropa que no te producen alegría, los mantienes contigo por otras razones: por miedo, por apego al pasado, porque sientes la obligación con la persona que te los regaló. Según Marie, esto se traduce a la forma en que te relacionas con la gente y con la vida. El libro se llama "La Magia del Orden" porque, según ella, ordenar tus objetos es hacer magia. Es el primer paso para ordenar tu vida.

Me leí el libro en dos horas. Estaba tan emocionada que no me podía dormir. Por fin entendía lo que había ido mal toda mi vida en mi relación con los objetos, y también entendía por qué llevo tanto tiempo sintiendo que tengo que poner en orden mi realidad física para poder sentirme bien en mi realidad mental.

Mañana os cuento cómo me está yendo el método Konmari. Ayer empecé con la primera fase (ropa) y hoy estoy con la segunda (libros). Incluiré fotos del antes y el después... si me apetece, que ya he dicho que estoy en una fase de blogging rebelde-vago.

Gracias a todos los que me teníais en vuestros misteriosos sistemas de feed :) Es muy reconfortante sentirse en casa de nuevo.

Besitos y abrazos!

No More Free Shots

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Como podéis ver, ayer alguien tuvo la amabilidad de comentar en el post anterior, subrayando con muuuuchos signos de interrogación, la INCREÍBLE ANOMALÍA DEL COSMOS de que yo, YO, con lo que he sido y lo pesada que soy con la ortografía, haya cometido el error garrafal de escribir (oh, Dios, apenas puedo repetirlo), LLENDO.

Siento mucha lástima por esa persona por varios motivos:
1) No ser lo bastante honesto como para poner su nombre.
2) No ser lo bastante imaginativo como para buscar un seudónimo.
3) No ser lo bastante amable como para ser... en fin... amable.
4) No ser lo bastante flexible como para entender que la gente comete errores.
5) No ser lo bastante realista como para entender que YO cometo errores.

Me resulta curioso porque, a no ser que justo dé la casualidad de que ha aterrizado aquí por misteriosos caminos internáuticos, debe de ser una persona que o está suscrita al blog o lo mira cada día aunque yo lleve sin escribir aquí meses. Es decir: una persona que me lee y disfruta lo bastante lo que escribo como para seguir haciéndolo. Y, pese a eso, no es amable conmigo.

Hagamos aquí un paréntesis para explicar el significado de la palabra amable. Amable, al comentar en un blog, es:

  • Decir quién eres, o inventártelo (aunque los seudónimos son TAAN de 2000...).
  • Saludar. Esto no es imprescindible, pero se agradece.
  • Emitir tu mensaje. 
  • Si tu mensaje señala un error ajeno o es una crítica, suavizarlo ligeramente. A lo mejor te parece que me tomo las cosas demasiado a la tremenda. Pero pregúntate si harías lo mismo en la realidad. Imagina que estás en una reunión de trabajo, o en una conferencia, y el ponente comete una falta de ortografía en su Power Point. ¿Te levantarías sin decir nada, señalarías diciendo, asombrado: "¿¿¿¿¿¿Llendo??????", y después volverías a sentarte? No. Probablemente te callarías tu bocaza, o luego le dirías a la persona, quizá en privado, que tiene esa falta, que estás seguro de que ha sido un despiste y que se lo dices para que no desmerezca su presentación. Internet, querido, también es vida real. Los que estamos detrás de la pantalla somos personas reales.
  • Despedirte.

Así que no, anónimo: tu comentario NO ha sido amable. Y, en cualquier caso, me da igual, porque este es mi blog, y la que decido si algo es o no amable soy yo. Si tu comentario es víctima de la nueva NMFSP (No More Free Shots Policy) prueba a ser más amable la próxima vez, hasta que alcances el nivel deseado.

¿Sabes que hay casas en las que te tienes que quitar los zapatos y usar posavasos, y otras en las que puedes entrar de cualquier forma y comer en el sofá del salón? Bueno, pues esta es MI casa, y si tienes que entrar en ella con bayetas en los pies como Miguelito el de Mafalda, eso es lo que hay.

El comentario de ayer no ha sido terriblemente ofensivo, lo sé. No me quedé llorando por los rincones. Es solo que ha llegado en un momento de mi vida en el que no estoy dispuesta a aguantar chorradas.

Lo que viene a partir de ahora NO va dirigido al anónimo del Llendo (¿Llendónimo?) sino a un hipotético anónimo neutral que escriba comentarios súper simpáticos como los que ya sabéis que ha recibido este blog en ocasiones. Porque mi blog es muy de anónimos súper simpáticos. Aquí no hay trolls que me digan que soy una puta, como le pasa a Yael en Acapulco70. Esos comentarios los borraría sin más. Aquí hay gente que escribe con mucha mala hostia, pero sin insultar, ojo, y que después se escandaliza porque yo me ofendo, diciendo que "no tolero bien las críticas". Así que esto, querido, va para ti, que tienes la ceguera emocional de creer que por no decir palabrotas no estás ofendiendo y que tu derecho a expresar tu opinión es más importante que mi derecho a mandarte a la mierda.


Mi nueva política de comentarios en el blog: No More Free Shots


Estimado comentarista amargado y bilioso: a partir de ahora no vas a poder desahogar tu frustración y mediocridad conmigo. Lamentablemente, no puedo ir a tu casa y enseñarte los modales que no te enseñaron tus padres, pero cada vez que un comentario me resulte hiriente o agresivo (y sí, tengo la piel bastante finita) haré lo siguiente:
- En el caso remoto de que tu comentario tenga algo que pueda identificarte, como un mail o un enlace a un blog que conozca, voy a buscarte en mis listas de correo y, en el caso de que estés, a bloquearte o eliminarte en todas (¡y tengo muchas!). Tanto tú como yo seremos más felices. Esto ahora te va a dar igual, porque Blogger no requiere que incluyas un mail. Pero quién sabe hacia qué maravillosos sistemas de comentarios sin anonimato puede evolucionar este blog.
- Voy a publicar tu comentario y a responderte. No voy a atacarte personalmente (o quizá sí, no sé; dependerá de cómo me levante ese día), pero voy a dejar claras las partes falsas o deformadas que puedes haber incluido en tu mensaje.
- No voy a publicar ningún comentario de respuesta que trates de enviar después.

Lo que pasa en las discusiones de Internet es que el último que habla parece ser siempre el que tiene la razón. Es guay decir la última palabra. Y como este es mi blog, la última palabra la voy a decir yo.

Así que ya sabes: sé más amable. O cállate, que lo de comentar tampoco es obligatorio.

Para todos los demás, los besitos y abrazos de siempre. Lamento que el 99% de personas que siempre han sido amables conmigo tengan que aguantar esto :(

Konmari 1: ordenando mi ropa cutre-minimalista

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Mis problemas con la ropa, a saber: no me gusta comprarla, no sé elegirla y me aburre encargarme de ella cuando la tengo, ha crecido estos últimos años hasta alcanzar proporciones de risa. Hace un par de semanas, me fui a Lleida de compras y tuve la sensación de haber sido abducida en un planeta extraño: toda la ropa de Zara, Mango, etc. me parecía horrorosa y me quedaba peor.

Además, he llegado a un punto en que no tengo muy claro si me estoy vistiendo de forma más o menos apropiada para la edad. Y que sí, que la edad está en la mente y que cada uno se pone lo que quiere. Pero yo me quiero vestir como una adulta y no tengo muy claro en qué consiste eso.

Pienso que, en el fondo, mi tema con la ropa tiene que ver con eso: con sentirme adulta y miembro de pleno derecho del mundo. Con conocerme, saber lo que me queda bien, lo que me gusta y me hace sentirme guapa. Pero gastarme el tiempo y el dinero en eso me da una pereza horrorosa. Y no me sirve ser minimalista, porque ir incómoda con un 80% de mi ropa porque no me gusta o se cae a pedazos tampoco es agradable.

En este contexto, empecé a leer la sección del método Konmari para ropa.

Como ya os conté el otro día, Marie Kondo dice que te quedes solo con aquello que te hace feliz. Este criterio, que puede sonar un poco pueril, en realidad abarca todas las razones por las que podrías querer tirar una prenda de ropa:
- Si no te la pones -> es porque no te hace feliz.
- Si está roto, manchado o viejo -> no te hace feliz.
- Si te aprieta -> no te hace feliz.
- Si no combina con nada -> no te hace feliz.
- Si no te sientes favorecida con ella -> ídem.

Ya os lo he dicho: la Kondo es un genio.

Pero claro, yo pensaba que si hacía eso, me iba a quedar literalmente sin ropa. Me veía por ahí cubierta con una sábana y rapándome la cabeza para que al menos el look tuviese sentido.

Aun así, me dije: va, Marina, hazlo. Lo peor que puede pasar es que te quedes sin ropa de verdad y eso te obligue gastarte pasta en prendas que te gusten de una puñetera vez. Que si invirtieras en moda lo que gastas en paleo-comida, tendrías el guardarropa de Espido Freire.

Por otra parte, la sensación era liberadora. ¡Así que podía tirar todas mis prendas costrosas! ¡No estaba obligada a mantenerlas para tener "más ropa"!

El método de Marie Kondo consiste en a) sacarlo todo del armario, b) elegir las prendas que te dan felicidad, cogiendo cada una con tus manos antes de decidir; c) tirar el resto, d) colocar tus prendas de la felicidad según instrucciones Konmarianas.

Hay varias cosas importantes que Marie añade a su sistema. Por ejemplo, no dejar que nadie te vea para que no influyan en tu proceso de decisión (ni vean que estás tirando aquella chaqueta súper caraque te regalaron en tu último cumpleaños). Usar bolsas de basura negra, por lo mismo. No dar tu ropa a nadie que no te la haya pedido, ni siquiera dejar a tu familia que husmee por si quieren algo, porque ellos también van a quedarse con prendas que nos les hacen felices y les estarás pasando a ellos el marrón de tu desorden. El procedimiento correcto es preguntarles si hay algo que necesiten y por lo que estarían dispuestos a pagar, y si encuentras uno mientras ordenas, dárselo.

He aquí unas fotos del "antes". Perdón por la calidad, pero estaba demasiado emocionada y quería tirarlo todo al suelo cuanto antes.

Parte izquierda del armario: camisetas, pijamas, pantalones, ropa de invierno (arriba, en bolsas)

Parte derecha: vestidos, chaquetas, zapatos, ropa interior

Mi montón en el suelo

Como véis, la situación del "antes" no es muy dramática en lo que a cantidad y orden se refiere. Las camisetas un poco arrugadas y tal, pero nada horrible. Incluso hay letreritos en los estantes para ayudarme a colocar cada cosa en su sitio, aunque admito que tiendo a pasármelos por el forro.

Si echáis un ojo por Internet y Youtube, veréis grabaciones de peña que ha hecho el Konmari con unas cantidades demenciales de ropa, así que me sentí bastante orgullosa de que mi montón fuera tan manejable. Tardé poquísimo en pasarles el "felizómetro" a todas las prendas. En realidad, yo ya sabía cuáles no me hacían feliz, y me sentía incómoda y mal cada vez que me obligaba a ponérmelas o cada vez que evitaba tirarlas porque no estaban tan mal.

Fotos del después (en montones, el armario aún no he terminado de colocarlo):

Ropa que me hace feliz

Ropa nominada y votada para salir de la casa


Sorpresas que me he encontrado:
- Tengo ropa que sí me hace feliz. No solo ropa que no quiero tirar, sino que quiero activamente ponerme.
- Los motivos por los que esa ropa me hace feliz son diversos, pero generalmente es porque me queda cómoda. No cómoda-cutre, sino cómoda-siento que es de mi talla, me muevo bien con ella, es calentita en invierno o fresquita en verano...
- La ropa que más feliz me hace, de hecho, es la ropa calentita de invierno, como mi bata morada de pelitos que podéis ver en la cama a la izquierda. 
- Pese a mi cutrez intrínseca, yo también tengo prendas que me gustan y me parecen bonitas.

Esto puede parecer muy obvio, pero ya os digo que estaba llegando a un grado de analfabetismo fashion muy preocupante.

Ahora estoy con la fase dos: doblar y colocar. Porque Konmari tiene su propio método de doblar. Si ponéis "Konmari folding" en Youtube encontraréis muchos vídeos muy hipnóticos de su sistema. En esta fase estoy tardando un poco más porque la ropa de invierno olía a humedad y estoy aprovechando para lavarla toda y secarla al sol de ola de calor que hay ahora en Margalef. En cuanto esté todo listo, saco fotitos y os enseño.

¡Viva Konmari y su pequeña secta!


Konmari 2: Libros

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Pues resulta que no nos va Internet porque la obra que están haciendo frente a casa ha tocado un cable, o algo así, por lo que no puedo adornar mis fascinantes (ejem) crónicas sobre el orden con fotos y vídeos, que sería lo suyo. Puedo conectarme a Internet, pero es por móvil y tengo que ahorrar megas. Así que vuelvo a la crónica verbal tradicional, y colgaré las fotos y vídeos cuando el de Telefónica se deje caer por el pueblo.

Varios días después de ordenar mi ropa, he de decir que el efecto del Konmarismo ya se deja sentir. Es curioso, porque tengo mucha menos ropa y, aun así, me da la sensación de que tengo más o, al menos, de que disfruto más la que tengo. Saber que todos los días me voy a poder poner ropa que me gusta, aunque sea más o menos la misma, se siente extrañamente lujoso.

Después de la ropa, Marie te dice que ataques la segunda fuente de acumulación de muchas personas, sobre todo los gafapasta como una servidora: los libros.

Yo tengo un interés personal por tener pocos libros que se resume en que pesan muchísimo en una mudanza, así que compro la mayoría en versión Kindle, tomo muchos prestados de la biblioteca y trato de deshacerme rápido de los que no me gustan. 

Teniendo esto en cuenta, ha sido una sorpresa deshacerme de 35 de los 75 libros míos que hay en casa. ¡¡35!! Si me hubieran dicho que me sobraban tantos libros, no lo hubiera creído.

Como buen seguidor del culto Konmariano, tienes que tirar todos tus libros al suelo y después cogerlos en tus manos uno por uno, preguntándote si te hacen feliz. Aconseja empezar primero por el "Salón de la fama": esos libros que no tirarías ni muerta porque quieres que estén conmigo. Mi salón de la fama está compuesto por:
- Juliet, desnuda, de Nick Hornby.
- El mundo después del cumpleaños, de Lionel Shriver.
- Libertad, de Jonathan Franzen. 
- El gozo de escribir, de Natalie Goldberg.
- No más dietas, de Geneen Roth.

Esos son los cinco libros que me llevaría a una isla desierta. Vale, quizá el de las dietas no, porque total: si solo vas a poder comer cocos y pescado, no te sirve de mucho un libro sobre dietas y atracones. En ese caso, lo cambiaría por Quién vive, quién muere y por qué, un libro con el que he dado tal por saco a mis pobres lectores en los últimos años que el autor debería darme royalties.

Después de esos, van otros libros que te encantan y te hacen disfrutar por distintas razones. Por ejemplo, el de Calvin y Hobbes, el de recetas de cocina de Marian Keyes o mi guía de los parques nacionales de EEUU Oeste.

Como soy escritora, también guardo los libros que me encantan porque de vez en cuando los consulto para tratar de aprender cómo se hace la buena literatura. Por ejemplo: los relatos de Alice Munro, David Benioff y Truman Capote; algunas novelas de Fante, John Irving y Nick Hornby; y algunos libros que podrían ser vergonzosos pero que a mí me gustan, como Bajo la Misma Estrella, de John Green.

[Paréntesis sobre John Green y su libro: aunque me gustó, creo que Green se ha beneficiado mucho del fenómeno fan de los vlogbrothers y la nerfighteria; como libro de adolescentes con cáncer, Antes de morirme, de Jenny Downham, es mejor y menos conocido]

Y como soy psicóloga, también tengo libros de terapia y psicología, aunque los libros técnicos tiendo a comprarlos en versión kindle desde que asumí que no tenía que demostrar nada a nadie apilando sesudos volúmenes en la estantería de mi consulta.

Los libros que se han ido, lo han hecho por muchas razones.

La mayoría, porque quería que los tuviera otra persona. Los mayores beneficiados van a ser mi amigo Anxo, que es un lector apasionado y voraz, y mi madre, que lee en modo cabra, es decir: lo que le echen. Pablo también se ha quedado con algunos, aunque le pasa como a mí y lleva mal que le den libros; prefiere ir buscando por su cuenta lo que le apetece en cada momento.

Ha habido también una pequeña sección de lo que Espido Freire llama "qué pena de árbol", que son libros que no deberían haber llegado nunca a la imprenta por el bien del Amazonas y nuestros cerebros. La estrella de esta sección la compré en una estación de autobús en un momento de crisis, y se llama "Single Story: 1001 noches sin sexo". Es el libro más deprimente que he leído en toda mi vida y habla de una escritora desquiciada que decide que su vida no tendrá sentido hasta que encuentre un marido que le haga un bombo. Lo dicho: qué pena de árbol.

La sección más interesante ha sido la de "libros que pensé que siempre querría que estuvieran conmigo, y sin embargo no". Por ejemplo:

- 1001 discos que debería escuchar antes de morir. Fue uno de mis proyectos más breves, hasta que me di cuenta, una vez más, de que la música y yo nunca vamos a ser buenas amigas. Es solo que me gusta demasiado el silencio. 
- Los libros de Paul Auster que tenía en casa. ¿Sabéis que creo que ya no me gusta Paul Auster? Me resulta un poco deprimente, y creo que es porque él también está deprimido. Solo hay que ver la cara de torturado que tiene en sus fotos.
- El mundo que vendrá, de Dara Horn, y Este libro te salvará la vida, de A.M. Homes. Son dos novelas que en su día me encantaron, pero que por algún motivo no necesito conmigo. Es muy misterioso.
- Un par de libros de terapia que he aceptado que nunca leeré, como Mindfulness y psicoterapia, aburridísimo a morir. 

En fin, que esto de organizar libros es fascinante. Al fin y al cabo, los libros físicos se tienen por muchas razones, y casi nunca es porque quieras releerlos. A veces solo te apetece tenerlos cerca porque te dan tranquilidad. Otras veces quieres que la gente vea lo culta que eres y lo sesudas que son tus lecturas. Pero a la hora de la verdad es bastante sencillo decidir los que te dan alegría de los que no.


Pelis

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Ayer me acosté pensando que las relaciones más intensas y los momentos más románticos de mi vida solo han existido en mi cabeza. Quiero decir románticos de dramáticos, torturados y peliculeros. Si los participantes de esas fantasías supieran todo lo que hicieron en mi mente, se asustarían. Y no estoy hablando de fantasías sexuales. Imagino que las mujeres nos asustaríamos si viéramos las perversiones que hacemos en las cabezas masculinas; ellos se quedarían muertos si vieran lo cursis que son en las nuestras, o al menos en la mía.

Cuando era adolescente, por ejemplo, y todos (TODOS) mis amores eran platónicos, porque yo era fea y tímida y sosa, mi enamorado me salvaba la vida, o yo se la salvaba a él, y así me iba a dormir cada noche, imaginando una escena donde uno estaba arrodillado haciéndole al otro el boca a boca.

Después la cosa se puso más interesante, porque por fin empezaba a pasar algo en la vida real, y entonces las fantasías evolucionaron a relaciones complejas y fascinantes. Así, el tío con el que en la realidad me había dado dos besos y después había pasado de mí, se transformaba en un hombre profundo y comprometido que me decía que esos besos no le bastaban y no podía vivir sin mí.

Luego llegaron las propuestas de matrimonio. Recuerdo una particularmente compleja que tenía lugar en un saco de dormir, dentro de un refugio de montaña. Por aquel entonces, también fantaseaba con bodas, aunque después llegué a la conclusión de que imaginarme cómo arreglar la mesa principal con el desastre post-divorcio de mis padres era demasiado esfuerzo y no compensaba.

En un rincón particularmente oscuro están las pelis que me montaba con hombres que tenían pareja. Estas eran complicadas. Yo no quería rupturas ni divorcios, ni siquiera en mi cabeza, porque en el fondo me daba pena, así que a veces solo imaginaba que nos sentábamos de la mano sabiendo que lo que sentíamos el uno por el otro era profundo pero que, simplemente, no podía ser.

Y es curioso, porque a veces me doy cuenta de que recuerdo a las víctimas de mi mente con emociones que tienen más que ver con lo que sucedió en mi cabeza que en la realidad. Entonces me pregunto cuál es la diferencia, teniendo en cuenta que mi mundo es, de hecho, mi cerebro. Y me digo que me habría ahorrado muchos disgustos si el porcentaje de amor fantaseado hubiera sido todavía mayor.

Konmari 3: Papeles y Komonos

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Cuando empecé Psicología le pregunté a mi madre: "Mamá, ¿tú guardabas los apuntes de tu carrera?". "Sí", contestó ella. "¿Y alguna vez los volviste a leer?". "No". En ese momento, tomé la decisión de tirar todos los apuntes de la carrera cuanto antes. Asignatura que aprobaba, asignatura que tiraba. Mis compañeros me miraban horrorizados. Es increíble el apego que uno puede tomarles a los apuntes: te ha costado un montón de horas recogerlos, subrayarlos, organizarlos, pasarlos a limpio si perteneces a la extraña raza que lo hace. Han sido tan importantes para ti... ¿y si te hacen falta en el futuro? A mí nunca me hicieron falta, y siempre agradecí no tener que acarrearlos por mis doscientos pisos de estudiantes.

Esta es una introducción que quiere decir que nunca he tenido problemas para tirar papeles. A pesar de eso, Marie Kondo también me ha dado valiosos insights sobre el tema.

El más importante es: no guardes el material de los cursos a los que vayas. Lo acumularás durante años, esperando el momento en que tengas tiempo para repasarlo, y no lo harás nunca. Lo importante de los cursos es el curso en sí, la oportunidad de estar cara a cara con el profesor o el ponente. Marie dice: "presta atención a los cursos sabiendo que vas a tirar el material", lo que no es más que una forma de recordarte que permanezcas presente y no confíes en que en el futuro serás capaz de sacar más jugo que ahora a lo que estás viviendo.

Los papeles, por supuesto, no dan felicidad, pero algunos tienes que guardarlos, incluso en el mundo happy-flower-guarda-lo-que-te-haga-feliz de Konmari. Ella te aconseja que los guardes todos juntos para que ocupen menos espacio, y para poder revisarlos cada vez que busques uno y tirar los que ya no te sirven (garantías caducadas, contratos antiguos, etc.).

Después de los papeles, vienen los Komono: los objetos varios que no pertenecen a ninguna categoría. Tú sabes cuáles son tus Komono. En un rincón de tu mente, eres consciente de que tienes guardadas unas 300 orquillas oxidadas, varias cajas de cosméticos que nunca usarás, los DVD's sobre la Guerra Civil que regalaban con el periódico y que nunca viste, esa hucha de monedas de céntimo que te va a costar la relación con el director de tu banco... etc. Marie te aconseja, de nuevo, que lo juntes todo, aunque esté en habitaciones diferentes, y sostengas cada objeto en tu mano haciéndote la clásica pregunta: "¿esto me hace feliz?".

Algo muy interesante de la visión de Marie tiene que ver con el dinero que te cuesta almacenar objetos. Según ella, si guardas algo "por si te sirve", y ese algo está ocupando espacio en tu piso, equivale a decir que te está costando dinero, y que te saldría más barato deshacerte de él y comprarlo de nuevo si vuelve a hacerte falta dentro de dos, tres o diez años. Si vives en un micro-piso japonés súper caro, imagino que esto tiene todo el sentido del mundo. Y si vives en una casa enorme, pero estás harta de guardar esa cajita de tornillos que compraste hace siglos y no has vuelto a utilizar, pues Marie te quita el sentimiento de culpa, que tampoco está mal.

Mi consejo para ordenar Komonos es: dales un par de vueltas. Hay objetos que sobreviven a una primera ronda y caen en la segunda como un escalador novato en una compe. También te recomiendo que los ordenes en algún lugar que te permita apartarlos hasta que puedas colocarlos todos: una montaña de objetos varios tirada durante días en tu cama/suelo no es agradable y te puede desmoralizar.

Ahora, mis fotos:


Libros y papeles, antes

Libros y papeles, después

Komonos, antes (sí, eso son condones, que os veo venir)

Komonos, después

Como comentaba Silvia en uno de los posts anteriores, vivir de alquiler + 50000 mudanzas + anti-Diógenes hace que en realidad mi situación de partida sea bastante buena. Aun así, ya veis que incluso siendo ya casi minimalista, el Konmarismo limpia, fija y da esplendor.

Una nota sobre los libros: como veis, los he almacenado de forma horizontal después de ordenarlos. Estoy segura de que Marie tendría algo que decir acerca de cómo así los de arriba aplastan a los de abajo y, en fin, se forma todo un injusto microcosmos capitalista, pero de la otra forma se les estaban deformando las tapas con la humedad. Así parecen mucho más felices.

A ver si en esta semana grabo el micro-vídeo de mi armario y ya termino con el Konmarismo extremo. ¡Prometo cambiar de tema pronto!

Se os quiere ;)

Tengo un plan

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Llevo algunas semanas un poco deprimida. A ver, no mucho, no en plan llorar y gemir diciendo que la vida es una mierda. Es una depre más tranquila, más existencial. De no tener grandes sufrimientos ni grandes ilusiones y de pensar que bah, al final somos puntitos diminutos en la galaxia y todo carece de sentido.

Además de esto, llevo desde que terminé el PIR convencida de que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, profesionalmente hablando*, aparte de crear blogs y blogs y más blogs y quedar sepultada entre ellos. Me siento frente al ordenador, pienso "¿qué me toca hacer hoy?" y me paralizo. Y hago cosas, claro que sí: las más inmediatas, como trabajar para Mailterapia o contestar mails, pero más allá de eso trabajar en cualquiera de mis proyectos a medio-largo plazo es como dejar que me arranquen las uñas de los pies.

Es muy ridículo, porque sé que desde fuera mi vida da mucha envidia a algunos (los que escalan), moderada envidia a otros (los que madrugan) y una mezcla de admiración y desconfianza al resto ("vaya, cuántos proyectos tienes, qué interesante, y encima puedes trabajar a tu ritmo"). He aquí lo que he aprendido en estos meses: "trabajar a tu ritmo" no es nada fácil. El problema no es la fuerza de voluntad. La constancia es mucho más importante, y si eres constante puedes suplir tu falta de grandes esfuerzos con un goteo insistente de esfuerzos pequeños. El problema es la completa falta de claridad. Quiero creer que es solo una etapa y que esta confusión mental irá desapareciendo, pero mientras dura, es desagradable.

Así que si alguien se está planteando montar su propio negocio, que es algo que hoy está como muy de moda y tal, quiero decirle algo: que o lo tienes todo extremadamente claro desde el minuto 1 y una brutal capacidad de trabajo que suple todas tus dudas desde ese susodicho minuto, Ángel Alegre style, o te esperan muchos, muchos meses de preguntarte "¿pero qué carajo estoy haciendo con mi vida?". Si te parece que el emprendimiento digital es un camino rápido a levantarte por las mañanas con un sentido y una misión, contento de ser el faro que alumbra al mundo, etcétera, créeme si te digo que no es así. Eso, o yo estoy haciendo algo mal, que también es posible.

A pesar de todo, no volvería ni muerta a la etapa anterior. Al PIR, esa curiosa mezcla entre aburrimiento y marrones cósmicos, donde cambiar algo es el equivalente a tratar de mover a patadas a un elefante dormido. No, gracias.

Este post está quedando un poco triste y, en realidad, yo estoy bastante contenta hoy. Porque tengo un plan. Ayer finalmente me dejé de existencialismos y de "todo esto para qué" y escribí lo que voy a hacer en los próximos meses y el año que viene. Sobre todo, escribí para qué voy a hacer todo eso en los próximos meses y el año que viene, y qué sentido tienen cada uno de mis doscientos proyectos dentro del gran esquema de las mis cosas.

Y todo esto puede parecer bastante obvio, ya sabéis: pues claro que te tendrás que hacer un plan si estás intentando montar tu propio negocio y blablabla. Es lo que hace cualquier gurú. Pim, pam, pum: un plan, un calendario de posts, tres cursos online y a vivir. Pero mientras más trabajo por mi cuenta, más tengo que asumir que yo no soy así. Que mi estilo de emprender, o llámalo X, se parece más a, como diría Robert Fulghum, perseguir pollos en un corral enorme.

Además, hacer un plan cuando no tienes ni puta idea de nada no es fácil. Es como hacer una receta de cocina en un planeta extraterrestre donde la temperatura y la gravedad funcionan de forma distinta: tendrás que quemar unos cuantos soufflés para aliens antes de atreverte. Mi plan de ahora, al menos, es más realista y tiene más sentido que los que he hecho en el pasado. Creo.

La parte buena es que cuando termine todo esto, y si logro cumplir mi plan de aquí a un año, podré escribir un libro llamado "Tú también puedes emprender siendo un desastre total". O mejor no, que ya me sobran proyectos.

Pero en serio, estoy contenta hoy :)

*Si me apuras, a veces tampoco sé lo que estoy haciendo personalmente hablando. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Mi felicidad

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Desde hace unas cuantas semanas, estoy extrañamente feliz. Y digo extrañamente porque ya os conté el último día que llevaba meses con una nube negra sobre mi cabeza, como si mi vida estuviera metida en un agujero que cada vez se hacía más y más estrecho. Ahora, de repente, ha vuelto la luz y todo parece apetecible y emocionante. 

Disfruto de mi chico, de mi gata y del silencio.

De Pablo disfruto todo el rato. ¿Sabéis eso de "no darse cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes"? A mí no me pasa. Yo me doy cuenta todo el rato de que tengo a este chico fabuloso, del que me gusta hasta cómo coloca los tuppers en el lavavajillas. 

Pablo ha cambiado todo lo que yo creía saber que era una relación. Hace un par de días, una amiga nos dijo que "no se sabía dónde empezaba el uno y dónde terminaba el otro", y yo me lo tomé como un halago. Me da igual ser absurdamente codependiente de Pablo, me da igual estar fusionada con él y acostarme por las noches pensando que me da pena dormir porque en ese rato no podemos estar juntos. Ahora me creo la teoría de la media naranja y de las almas gemelas, y pienso que nadie en el mundo está tan enamorado como nosotros y que seremos así siempre. Es un amor irracional y apabullante, y me encanta.

De Kalimera me gusta su curiosidad. Le interesan nuestras duchas, las películas que vemos, lo que hay detrás de cada mueble y dentro de cada bolsa. Su curiosidad es mayor que su instinto de supervivencia, y por eso cuando pasamos la aspiradora o me seco el pelo ella se queda un momento quieta, luchando contra el miedo que le da el ruido, antes de alejarse saltando sobre sus patitas blancas. Es extremadamente gatuna: molesta y adorable, juguetona y perezosa. De repente está saltando sobre ti como un ninja entrenado, y al momento siguiente se tumba a dormir y se tapa la cara con la patita porque le molesta la luz.

Y luego está el silencio hondo que hay en el pueblo después del verano, suspendido en el aire como lo contrario a una tormenta eléctrica. Salimos a escalar y hay una paz profunda, intensa, que se extiende por el cielo nublado de septiembre. Y disfruto del silencio y de sus posibilidades, de ver por fin lo que hago y lo que escribo como una oportunidad y no como una obligación.

Feliz, en resumen. Tan sencillo y complicado como eso.

Nicole Arbour y "Dear fat people"

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Pues resulta que hace poco vi en Facebook el vídeo más estúpido y ofensivo con el que me he topado en los últimos meses. Es un vídeo de una tipa que se hace llamar cómica y a la que no había visto nunca: una rubia con grandes ojos azules llamada Nicole Arbour.

No os animo a que lo veáis porque son seis minutos de vuestra vida que no vais a recuperar jamás. En lugar de eso, resumo: esta señora ha grabado un vídeo llamado "Dear fat people", es decir, "Querida gente gorda", mirando fijamente a la cámara con los ojos muy abiertos, hablando rápido al ritmo de algo parecido a una marcha militar y exponiendo la siguiente tesis brillante:

La gente gorda está gorda porque nadie les dice la verdad. Se han inventado expresiones como "Fat shaming" (avergonzar a alguien por estar gordo) o "body shaming" (avergonzar a alguien por su cuerpo) para justificar las malas elecciones que toman en la vida. Si estás gordo es porque no respetas tu cuerpo y no te importa tener enfermedades cardíacas o diabetes. Ella está aquí para hacer lo que deberían hacer tus familiares y amigos: recordarte que solo tienes un cuerpo con el que viajar sobre este planeta y que tiene que durarte toda la vida.

En medio del vídeo, cuenta una ¿anécdota? sobre una familia con obesidad que encontró en el aeropuerto. Explica cómo se le colaron para facturar, cómo fueron en carrito hasta la puerta de embarque y cómo el hijo se sentó a su lado en el avión y desparramó su grasa por el regazo de la inocente Nicole. Estoy casi convencida de que esto se lo ha inventado.

Finaliza toda esta sarta de idioteces crueles diciendo que ella en realidad no te juzga por estar gordo y que te quiere tal y como eres, pero que alguien tiene que decirte la verdad para que cambies, y que por eso está ella ahí. De nada.

Este vídeo me ha enfurecido hasta el punto de escribir un post como este, cuando yo procuro no engancharme nunca con discusiones de Internet porque no me aportan nada y saturan mi delicado espacio mental. Pero ver ese vídeo fue como si alguien metiera un líquido desagradable en mi organismo que tengo que sacar de una manera; un líquido negro, apestoso y maloliente como el alma de Nicole Arbour.

No sé por qué me molesta tanto. Hay millones de vídeos ofensivos en Youtube. Además, yo no soy demasiado políticamente correcta: puedo reírme casi de todo. Podría decir que me enfurece porque se atreve a juzgar y a hacer daño a la gente desde una posición de privilegio genético, y encima lo maquilla como preocupación por la salud ajena. Que me pone de mala hostia pensar que un montón de personas con obesidad y sobrepeso van a ver ese vídeo y a acabar, literalmente, llorando, porque ella pensó que era una buena idea para volverse viral y ganar seguidores.

Pero lo que más me enfurece es su estupidez. El no tener ni puñetera idea de nada: ni de humor, ni de comedia, ni de empatía; ni siquiera de lo que hace que le gustes a quien te sigue online. Construirá una carrerita mediocre en su canal, lleno de gente que, como ella, justifica sus juicios y su odio en aras del humor y de la sinceridad, pero nadie en su sano juicio, nadie en el mundo real, que quiera a alguien atractivo para su programa, o su serie, o su marca, la contratará jamás.

Y, por supuesto, no tiene ni idea de lo que ayuda a cambiar a la gente. Pero esto es lo de menos, porque Nicole Arbour no tiene ningún interés por ayudar a nadie más que a sí misma.

Para colmo, ha hecho de la sinceridad su bandera y piensa que la corrección política está matando a la comedia. No, Nicole: a la comedia la está matando gente como tú, que grita frente a una cámara en casa diciendo "¡eh, miradme, miradme!" y, como a nadie le interesa lo que tiene que decir, termina por leerse el "manual del joven youtuber viral" e insultando a un 35% de la población de su país para ser trending topic en Twitter. Divertida es Tina Fey. Ese es un coco brillante, surrealista y abrumadoramente gracioso. Tu humor, Nicole, es tan barato como tus bromas de "ese gordo huele a salchicha".

En fin, que lo que yo quería decir de verdad es que tengas sobrepeso u obesidad, peses cien kilos o doscientos, no te mereces que nadie te diga algo así. No te mereces que nadie te juzgue. Porque, como muy bien dice Whitney Way Thore, la pura verdad es que no tenemos ni idea de los demás. No sabemos si ese hombre de ciento cincuenta kilos ayer pesaba doscientos. No sabemos si esa chica que ha ganado diez kilos en los últimos años se está encontrando, de hecho, mejor y más sana que en mucho tiempo, o si esa mujer obesa baila mejor que tú y que yo.

Querido lector o lectora que no se siente a gusto con su cuerpo: eres suficiente tal y como eres, aquí y ahora. Te mereces las cosas buenas de la vida aquí y ahora, sin necesidad de esperar a ese futuro dorado e improbable que te prometen las dietas. Mereces el respeto de gentuza como Nicole, que a su vez también merece respeto como persona, imagino, en un planeta alternativo donde soy capaz de controlar mi ira.

Si consideras que tienes un problema con tu peso, y quieres leer algo que de verdad te ayude a cambiar, puedes echar un vistazo a los libros de Geneen Roth, que habla de alimentación emocional desde la experiencia, la empatía y el cariño. Pero solo si quieres.

Entretanto, los demás estaremos aquí para apreciar tu vida tal y como es ahora.

De cómo conocí a vuestro Pablo (la explicación cuántica)

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Como no le he contado a Pablo que estoy publicando aquí, puedo escribir sobre él de forma medio escondida, casi secreta, y decir que es fantástico sin sentir que le estoy haciendo la pelota. Así que hoy os voy a contar la verdadera razón de por qué conocí a Pablo. Esto es un secreto, que conste, porque yo siempre me posiciono en contra de la ley de la atracción y de las creencias pseudomágicas. Pero he aquí lo que me pasó a mí:

Hace ahora dos años y cuatro meses, fui de viaje a EEUU. El primer fin de semana que pasé allí, Pablo y Jenna me invitaron a ir con ellos de Camping a Shelf Road. Alquilé en el REI (una especie de Decathlon extremadamente profesional) un saco de dormir, pero no quedaban de mujer y me dieron de hombre. Pablo y Jenna me prestaron una tienda para que durmiera y yo me metí en mi saco de hombre, que era demasiado grande y fino para mí. Me congelé de frío toda la noche. Recuerdo aquella noche como una de las más solitarias de mi vida. Era la metáfora perfecta: estaba muerta de frío y no podía hacer nada para escapar.

Al día siguiente, mientras caminábamos hacia el sector de escalada, tuve un pensamiento alto y claro. Me dirigí al hombre de mi vida, ese que yo sabía que estaba en alguna parte, y le dije: "Ya me he hartado de esperarte. Te necesito ahora. Ven ya, por favor".

Y una semana después, conocí a Pablo.

Curioso, ¿no?

Probablemente fue casualidad. Pero quién sabe si de mi frío y mi soledad, y de todos esos años que pasé tratando de ser mejor persona para merecerme a mi chico cuando llegara, surgió un único pensamiento, poderoso cual patronus de Harry Potter, que convocó a Pablo desde un remoto rincón del sur de Colorado.

Eso era lo que quería contaros hoy.

Posdata: tengo escrito un post sobre esa noche, pero no me apetece enlazarlo. Lo podéis buscar en los archivos si os apetece, o en google; creo que se titula "todos los fríos el frío".
Posdata 2: sí, es probable que haya tardado más en escribir la posdata que en enlazar el post.

Cambios

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Una de las cosas extrañísimas del paso del tiempo es la forma en que sientes continuidad con una etapa de tu vida, te sientes exactamente igual que la tú del pasado y, de repente, ocurre un cisma silencioso, una ruptura irremediable, y tú ya eres otra persona que no se reconoce en la de antes.

A mí me ha pasado ya dos veces desde que empecé este blog. La primera ruptura fue con la yo universitaria. Cuando llegué a Cádiz, la Marina de Granada, que faltaba a clase cada dos por tres o daba vueltas en bici por la ciudad dormida, era la yo de hacía dos días. Me sentía identificada con ella, podía volver a ser ella cuando quisiera. Pero de repente cambié, y ahora los problemas y preocupaciones de esa Marina me parecen alienígenas.

Hace un par de días, por ejemplo, veía Gilmore Girls con Pablo. La protagonista, Rory Gilmore, acaba de empezar la universidad y es una chica tranquila y rarita a la que le gusta leer. Cuando hay una fiesta en los dormitorios, ella se encierra en su habitación mientras escucha las risas al otro lado, y yo recuerdo lo sola que me sentía cuando me quería quedar leyendo en vez de penar en algún bar del centro hasta que se hacía lo bastante tarde para irme. Y ahora pienso: qué gilipollez. Tendría que haber dicho: "no salgo porque no me apetece", y no salir, punto. Es fácil verlo así desde donde estoy ahora.

La segunda etapa que se ha acabado es la de la yo soltera. Llevo ya dos años y medio con El Hombre, y creo que todavía no he asumido del todo el cambio enorme que ha supuesto tenerle en mi vida. Solo me doy cuenta cuando otras personas me cuentan sus problemas amorosos, las relaciones confusas en las que están metidos, el flirteo o los jueguecitos de poder, y entonces me doy cuenta de lo rarísimo que es contar con una persona en la que confías al cien por cien, con la que puedes contar, que no juega  ni tiene miedo.

Eso es bueno y también es difícil. La yo soltera estaba desesperada por comunicarse, y se comunicaba con más gente. Escribía más (qué os voy a decir que no sepáis) y encontraba cierto placer perverso en la intensidad de sus enamoramientos y desenamoramientos. A la yo del presente a veces le cuesta encontrarse en esta calma. Me da miedo haber perdido lo que me hacía conectar con los demás y no volver a encontrar temas sobre los que escribir aquí nunca.

Pero bueno, es lo que tiene crecer y cambiar. No es fácil, incluso cuando llevas mucho tiempo deseando el cambio. La parte buena es que sigues teniendo oportunidades y partidas de repuesto, que sigo teniendo ganas de probar cosas nuevas y de experimentar. Así que le digo adiós a esa Marina enamoradiza y charlatana, y espero a que la de ahora tenga ganas de contarme cuál es la forma que elige para relacionarse con el mundo.

El diario de Ana Frank

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Hace un par de días estaba charlando por whatsapp con Kaperucito mientras releía entradas de este blog. Las entradas antiguas me producen una mezcla curiosa de sentimientos: algunas las leo por encima porque me dan vergüenza ajena, otras me encantan, otras me aburren. En general, me asombra la distancia que percibo entre yo y la Marina de entonces, porque nunca pensé que llegaría a sentirme tan distinta.

El caso es que Kaperucito y yo nos desafiamos mutuamente a escribir una entrada en nuestros respectivos blogs personales antes de que terminara la semana. Y aquí estoy.

Hace un par de semanas leí un libro llamado "Become an Idea Machine" y decidí empezar a pensar diez ideas todos los días. La teoría del libro es que la capacidad de tener ideas es como un músculo que se atrofia si no lo utilizas lo suficiente, y que las ideas son la mayor riqueza de la que puedes disponer en el mundo actual.

Me gusta mucho el ejercicio. Es mágico. De repente, existen diez nuevas ideas que antes no estaban, y no importa si son buenas o malas: lo importante es que están ahí. Es acostumbrarse a crear todos los días. No me resulta extremadamente difícil. Lo curioso es que lo he propuesto a unas cuantas personas de mi alrededor y a nadie le ha entusiasmado ni un poco. ¿Es poco interesante tener ideas? ¿No resulta lo bastante concreto, lo bastante productivo?

Dentro de dos semanas Pablo y yo nos mudamos a Granada. ¿No es increíble? Nunca pensé que volvería a vivir allí. No sé cuánto tiempo estaremos y hasta qué punto se parecerá a la última vez. Sospecho que va a parecerse poco. En cualquier caso, tengo ganas de marcharme del pueblo. Sobre todo porque en estos dos últimos años siento que hay partes de mi vida que se han empobrecido y que quiero volver a repoblar.

Tener ideas es parte del proceso de volver a traer cosas a mi vida. No creo que el empobrecimiento haya sido del todo malo; un buen blogger lo llamaría minimalismo y escribiría un artículo en Medium. Aquí he tenido la oportunidad de reflexionar sobre algunos temas a mi ritmo y creo que eso ha estado bien. Y ha habido buenos momentos y mucho oxígeno. Ni tan mal. Pero ahora quiero volver a tener estímulos, ideas y hasta objetos innecesarios. Creo que es lo que me hace falta en esta etapa.

¿Qué tiene que ver Ana Frank con todo esto? La propuesta de hoy para el ejercicio de las ideas era: piensa en 10 preguntas que le harías a un personaje histórico al que admiras. La primera persona que se me ha venido a la cabeza ha sido Ana Frank. Cuando era adolescente, me leí su diario varias veces mientras luchaba con mi inconstancia para escribir uno. Las tapas estaban manchadas de algún líquido oscuro y mordisqueadas por Sindy, la perrita de mi amiga Caro, a quien se lo había dejado para que compartiera mi entusiasmo. Quería inventarme una amiga imaginaria como Kitty y quería que en mi vida pasaran cosas dramáticas para poder escribirlas.

¿Por qué el personaje histórico al que más admiro o, al menos, el primero que se me viene a la cabeza, es Ana Frank? No fue una benefactora de la humanidad al nivel de, pongamos, la Madre Teresa. Supongo que Ana Frank demostró que la intimidad es una poderosa forma de conexión. La mayor parte del diario no se centra en reflexionar sobre la guerra ni sobre el antisemitismo. Lo que más encuentras son pinceladas de vida normal en medio del terror, y muchas pequeñas molestias cotidianas: las peleas con su madre, la comida repetitiva y los turnos para usar el baño. Con Ana uno aprende que incluso escondiéndote de la muerte te preocupa el estado de tu pelo.

Y es probable que nadie hubiera leído un ensayo sesudo sobre el horror de la guerra escrito por una chica de catorce años. El mérito de Ana fue mostrarse al mundo como una persona completa, tridimensional. Permitir que la gente conectara con la tragedia a partir de su pequeña gran historia, al precio de ser completamente vulnerable, 100% sincera.

Se me acaba de ocurrir una pregunta que no he incluido en mi lista de 10. A saber: "si hubieras sobrevivido a los campos, ¿habrías dejado que publicaran tu diario?". No sé qué respondería Ana. Ya dije alguna vez que habría sido una buena bloguera. Quizá estando viva no habría querido destapar las intimidades de su adolescencia, o habría creído que no interesaban a nadie. Quizá habría preferido esperar a la web 2.0 y disolver sus secretos en este frenesí de exhibicionismo.

En cualquier caso: la entrada de hoy va por Ana, y por Kaperucito. Por todos los que algún día han creído que la intimidad tiene algún valor más allá del autobombo. Un poco, también, por la Marina del Pasado. Y por ti, lector, por supuesto.

Werther's Original de avellana y almendra

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Estoy sentada en el Pont, que es como le llamamos al bar del camping que abrieron en verano frente a nuestra casa. Tiene mesas de madera y estufa de leña, y me gusta tanto la música que ponen (pop-rock español de los últimos 30 años, AKA la duración de mi vida) que paro cada dos por tres para tararear y me cunde poquísimo. Paula, la dueña, se parte de risa conmigo porque dice que me las sé todas. "En serio - le contesto yo - es que esta podría ser mi lista de reproducción".

El Pont es probablemente lo tercero que más voy a echar de menos de aquí. Un lugar donde trabajar a gusto es un lujo cuando eres freelance. Me gusta venir y sentarme un rato en la barra con Paula o con Jose, su marido. Paula es catalana y Jose es sevillano. Son como un chiste con patas: él se ríe de la sardana y ella me cuenta, preocupada, que este verano va a ir a un festival de cante jondo y no sabe si va a gustarle.

Después vengo a una de las mesas y me pongo a trabajar con mi infusión, o mi colacao, y mordisqueo el caramelo que ponen siempre con las bebidas: los Werther's Original de avellana y almendra. A Pablo le encantan, así que para su cumpleaños le compré a Paula y a Jose la mitad de una de sus bolsas industriales. Esparcí doscientos cincuenta caramelos por toda la casa; cuando los vio, Pablo me dijo: "gracias, ¡me has regalado diabetes!".

¿Qué pasó con los doscientos cincuenta caramelos del cumpleaños de Pablo?

Nos comimos gran parte de ellos. Estaban demasiado accesibles.

También le regalamos un puñado a Ana, la que lleva la tienda del pueblo. Ana es rumana (rum-Ana!) y creo que está tan hasta el gorro del pueblo como yo. Ahora se está sacando el carnet de conducir, y temo que cuando lo consiga huya de aquí sin mirar atrás. Habla una mezcla muy curiosa de catalán y español, y a veces, cuando voy a comprar, me secuestra la compra detrás del mostrador para que me quede hablando un rato con ella.

Otros pocos se los llevó la hermana de Pablo, que vive en Madrid y nos cuida a Kalimera cuando estamos de viaje. Kalimera es la cosa número 1 que me llevo del pueblo, pero no es lo que más voy a echar de menos porque se viene con nosotros. Cuando paso por delante de la tubería donde la encontramos me acuerdo de cómo maullaba, pobrecita, como un pájaro histérico, y no me puedo creer que el culo gordo que tiene ahora le cupiera alguna vez en ese hueco.

Un gran porcentaje de los caramelos se los comieron Vane y Simón. Vane y Simón son lo segundo que más voy a echar de menos, aunque no viven aquí, sino en el pueblo de al lado. Si no fuera por ellos, nos habríamos muerto de pena. Aunque tardamos meses, a nuestro estilo, en quedar con ellos por primera vez, ahora somos asiduos a su casa a medio restaurar y a las cenas de verduras al horno que prepara Vane en honor de Pablo.

La última persona que comió caramelos de cumpleaños fue Oli, el hijo de Simón y Vane. Oli va a ser lo que más voy a echar de menos de aquí. Tiene trece años y es un librepensador. Le gustan los robots, las películas postapocalípticas y, más recientemente, una chica de Barcelona a la que conoció en un campamento. A veces se viene a cenar a casa, hacemos palomitas y las comemos en el sofá mientras vemos una peli en el proyector. Dice siempre lo que piensa, y cuando sonríe entrecerrando los ojos me derrito un poco.

El problema con Oli es que cuando volvamos a Margalef, de aquí a unos meses, o a un año, todo estará más o menos igual. Paula y Jose seguirán con sus bromas bilingües, Ana seguirá mezclando idiomas detrás de la barra y el perro loco de mi vecino seguirá ladrando como un chalado cada vez que nos lo encontramos al salir de casa. Vane seguirá teniendo su humor andaluz y su genio nórdico, y Simón seguirá haciendo juegos de palabras como "si el que cura los huesos es el osteópata, el que cura la psique qué es, ¿el psicópata?".

Pero Oli no. Oli estará más alto, quizá con la voz ronca, o con cuatro pelos tiesos en el bigote. Ya no querrá ver pelis postapocalípticas ni hablar de robots inventados. Y en unos años más se afeitará, y no dirá tres palabras seguidas, y nosotros, Pablo y yo, ya no seremos parte de su vida cotidiana, sino una gente que viene de vez en cuando y le dice "qué grande estás".

Así que quizá Oli no sea lo que más voy a echar de menos del pueblo. Quizá Oli, este Oli, sea lo único que de verdad va a quedarse aquí y a no volver nunca.

La diferencia entre los 20 y los 30

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La razón por la que no escribo en este blog es que vivo con Pablo. Lo que no es ni bueno ni malo; él no tiene la culpa de que yo encuentre la forma de seguir escribiendo aquí y conviviendo con él. Pero en cuanto paso más de dos horas seguidas sin él, me empiezan a entrar ganas de escribir: es automático. No es solo una cuestión de tiempo ni de espacio: creo que el problema es que satisface demasiado bien mis necesidades de comunicación íntima.

Ahora, por ejemplo, estoy en Cádiz, en el piso de Soraya, mi R pequeña (es decir: una de las que empezó la residencia después de mí). Ella se ha ido a un curso en Madrid y me ha dejado las llaves de su fantástico piso en el centro: pintado de azul, con techos altos, cocina americana y miles de libros. Podría ser mi casa. Me he acordado de cuando vivía sola en la Viña y he pensado, como siempre que pienso en este tema, que debía haber aprovechado más aquel tiempo, haberlo saboreado mejor, porque ahora es probable que, si todo va bien, no vuelva a vivir sola nunca.

Por supuesto, es una trampa de la mente. Disfruté muchísimo aquellos dos años. Si releéis mis entradas de aquella época, se ve con mucha claridad. Y al mismo tiempo, tenía muchas ganas de encontrar a Pablo. Supongo que a posteriori es fácil pensar que no has disfrutado lo bastante de algo, que tenías que haber permanecido despierta por las noches pensando en lo fantástico que era poder ordenar las especias a tu manera.

Aquí, sentada en la mesa de Soraya, tengo ganas de escribir. Y el tema es el del título: la diferencia entre la veintena y la treintena. Apenas tengo un año de experiencia en la treintena, y algo me dice que tener 31 no es lo mismo que tener 39, pero ¿para qué está la blogosfera, si no es para escribir larguísimos textos sobre cosas sobre las que tampoco sabes tanto?

Asi que vamos allá.

Encuentro dos diferencias fundamentales, dos, entre los veinte y los treinta.

La primera es que a los veinte el coste de oportunidad de tu tiempo es muy relativo. Hay por ahí una tipa que escribe libros sobre cómo es importante tomar buenas decisiones en tu veintena, porque el tiempo se acaba y tictactictac. Sin embargo, no hay ninguna decisión que tomar en la veintena y que no tenga ningún tipo de arreglo en la siguiente década. A no ser que te amputes un brazo o algo por el estilo.

Puedes cambiar de carrera, de trabajo y de pareja. Puedes no pensar ni cinco minutos en si vas a reproducirte o no. Puedes vivir donde quieras, alquilar siempre y no comprarte un coche. Es una década muy liviana.

El primer shock de los treinta es que estos años tienen consecuencias más importantes para ti, al menos si eres mujer. Tienes que tomar decisiones sentimentales y reproductivas que podrían no tener vuelta atrás.

Lo importante no es lo que decidas. Yo creo que pueden llevarse vidas buenas en casi todas las circunstancias. Lo importante es que te das cuenta de que no eres inmortal y empiezas a tener la sensación de que las puertas se van cerrando frente a ti.

Es como ir a un buffet y empezar a picotear aquí y allá, saboreando los platos, sin demasiado interés... y cuando vas a servirte de nuevo, porque todavía tienes hambre, darte cuenta de que ya han empezado a retirar la comida y nadie te ha avisado.

Ya no tienes todo el tiempo del mundo. Ya no eres libre e inmortal. Tictactictac.

La segunda diferencia fundamental entre los veinte y los treinta es la perspectiva. Con un poco de suerte, para cuando llegas a los treinta ya has vivido una o varias de estas experiencias:

  • Ideas que considerabas inamovibles han cambiado.
  • Te has dado cuenta de que sentirte vieja a los 23 era estúpido.
  • Has odiado a gente a la que antes amabas, y viceversa.
  • Te has sentido indiferente sobre personas y actividades que al principio te importaban muchísimo.
  • Te has dado cuenta de que no sabías nada sobre algo y antes pensabas que sí.
Eso está muy bien, porque durante la treintena puedes utilizar esa perspectiva para tu beneficio. Puedes elegir sentirte joven aquí y ahora, porque sabes que te quedan muchos lugares desde donde mirarte y darte cuenta de que realmente eres joven. 

Puedes aferrarte menos a las ideas y a las personas, y abrirte a la perspectiva de que tus opiniones cambien.

Puedes sentir que no sabes nada sobre algo, y es mucho más agradable de lo que parece.

Así que las dos diferencias fundamentales que he notado entre los 20 y los 30 son la falta de sensación de inmortalidad y la perspectiva. Creo que ambos cambios son buenos. Si consigues sacudirte de encima la melancolía de "el tiempo pasa y algún día estaré muerta", te es posible disfrutar más del presente que, al fin y al cabo, es lo único que tenemos todos.

Otras diferencias, menos importantes pero también curiosas, son:

- Dejas de ser la más joven de cualquier sitio. Ya no eres precoz en prácticamente nada. De hecho, es fácil empezar a sentir que te estás quedando atrás. Pero es ilusorio: ¿atrás de quién? ¿En qué carrera te crees que te has metido?

- Tus amigos empiezan a casarse y tener hijos. Hasta los más hippies y alternativos están buscando maneras de vivir más o menos dentro de la norma. Quizá sea porque la norma no está tan mal. Probablemente tiene sentido vivir tus veinte sabiendo que en algún momento de tus treinta vas a desear lo que tienen todos los demás (¡ojalá alguien me hubiera dado este consejo antes!).

- Tu percepción de la edad de los demás cambia. Los de veintitantos te parecen jovencísimos. Los de cuarenta te parecen "casi de tu edad". Con suerte, tienes amigos de muchas edades.

- Todo te la suda más. Eso es fantástico. Hace unos días le decía a Pablo que estoy empezando a convertirme en la típica vieja impertinente que dice lo que se le pasa por la cabeza. ¡A los 31! Tengo la esperanza de que esto solo vaya en aumento. 

- Dejas de tomar a tu cuerpo por sentado. Te duelen algunas articulaciones. Ya no haces deporte para estar mona, sino para prevenir achaques (por otra parte, creo que escribí algo muy parecido cuando tenía 25 y empecé a nadar. Quizá siempre he tenido 30 en mi corazón. O 50).

- Te das cuenta de que miras a chicos que ya son demasiado jóvenes para ti o están demasiado buenos para ti. Esto es genérico: todos sabemos que existen Demi Moore y Madonna y que todo es ponerse. Y en realidad, yo no tengo ningún interés en buscarme un toyboy, gracias. Pero es curioso ponerte en los ojos del chico y saber que para él eres casi una señora. 

- En la misma línea: ves que la gente te trata como a alguien mayor, y que tú te sientes más o menos igual. En mi cabeza, tengo exactamente el mismo aspecto que cuando entraba en la facultad hace ya casi (gasp) diez años. Pero cuando veo a los estudiantes en Granada me doy cuenta de que NO, definitivamente ya no tengo ese aspecto. 

Los treinta es esa etapa en la que puedes seguir sintiéndote joven, siempre y cuando no te compares con jóvenes de verdad.


En general, mi balance es bueno. Y estoy convencida de que mientras más años cumpla, más a gusto me voy a sentir en mi piel. Solo tienes que aprender a vivir con las pérdidas, porque cada vez van a ser más y mayores hasta la Pérdida Definitiva (AKA La Muerte), y concentrarte en lo que tienes delante.

Porque no es verdad que las puertas se cierran, y nadie se ha llevado la comida. Las puertas se siguen abriendo, siempre y cuando cruces las que tienes enfrente con decisión.

Todo es mejor en Granada

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Estoy en la terraza de mi casa de las afueras de Granada, y miro cómo cae despacio la oscuridad mientras la fresquita se mezcla con el calor que desprenden las paredes. Esta tarde la he pasado en la biblioteca de mi pueblo, dejando que el aire acondicionado me empapara los huesos. Salgo contenta, caminando entre el aire espeso, con el sol de media tarde rebotando en mis gafas, pensando que las bibliotecas son lugares esencialmente buenos.

En las bibliotecas del mundo está mi hogar, oh-ah-uh.

Estoy leyendo Skagboys, la precuela de Trainspotting. ¿Cómo yo, que soy dulce, y sensible, y casi rubia, he acabado leyéndome entera esta trilogía tan sórdida? Los personajes se dan palizas, se chutan y se prostituyen. Hace un par de semanas estuvo mi padre en casa, y cuando vio el libro sacudió la cabeza. "¿Está bien?", le pregunté yo. "Bueno... bien, bien, no es la palabra", contestó él, y se estremeció un poco.

Salgo de la biblioteca, entonces, con Skagboys pesándome en el bolso. Me he prometido que si escribía lo suficiente, me iría a tomar un batido al centro comercial del Serrallo. Resulta que hay un puesto de batidos de frutas, que es obviamente impersonal y que está en mitad del edificio, hecho de plástico, infestado de capitalismo satánico y tal, pero los batidos están riquísimos, y se está fresquito, y entra la luz por el techo, así que Pablo y yo vamos mucho.

Pero mientras camino hacia el coche me entra la duda: ¿y si cierran pronto? Así que me voy a casa y saludo a la gata, que se revuelca entusiasta contra el suelo de mármol, y abro las ventanas para que empiece a correr el aire: hay que aprovechar cuando cae el sol, como en una especie de Ramadán de la temperatura. Y me hago el batido que me pensaba pedir en el Serrallo: leche con plátano, miel y cacao en polvo.

Me tumbo en el sofá, batido en mano, con Skagboys sobre los muslos. Recuerdo que una compañera de piso traductora me dijo una vez que habían usado Trainspotting como proyecto de clase, y que era muy complejo. La edición de Anagrama está llena de notas al pie, muchas de ellas de argot rimado: utilizar una referencia que rima como sustituto de la palabra. Por ejemplo, "echar un Nat King" es echar un polvo (Nat King Cole = hole = polvo). Todo el libro está salpicado de oscuras expresiones escocesas, y pienso en que el traductor debe de tener un conocimiento muy profundo del dialecto y de la cultura  escocesa, y que resulta bonito cuando alguien conoce algo en profundidad. Y también que es un arte sutil traducir toda la jerga de Leith que vomita Welsh y convertirla en algo que no suene a Leticia Sabater puesta de coca. "Los traductores españoles son mejores que los escritores españoles", me dijo una vez mi madre. Quizá tenga razón. No leo a los suficientes autores españoles como para saberlo.

Después me levanto, doy un par de vueltas por la casa, saco el ordenador, contesto mails y finalmente decido salir a la terraza. No tengo claro que haga más fresco fuera que dentro, pero me da igual: se está bien aquí, con la mesa de plástico cubierta con un hule violeta, observando cómo se apaga el cielo y se encienden las farolas.

Estoy tan catetamente feliz de estar de vuelta en Andalucía que me da hasta vergüenza no querer vivir en otro sitio ni ser una nómada digital. Estoy feliz bajo este calor desenfrenado. Me gusta huir de él en las bibliotecas que pisaba cuando estudiaba aquí, y al salir de allí, en chanclas, con un libro bajo el brazo, me siento igual que entonces, cuando me iba a estudiar con una novela de Henning Mankell debajo de los apuntes.

Hoy hablaba con Warren, un amigo de EEUU que vive en Almería. "The problem with Andalucía", me decía él, consternado, "es que durante tres meses no puedes hacer básicamente nada durante el día en el exterior". Ah, my friend, pero es que esa es la cuestión. That's the deal. Tienes que aprender a echar siesta y salir por la noche con la fresquita a la terraza de casa, a darte palmadas en los muslos para ahuyentar los mosquitos. Así te adaptas, como andaluz, igual que se adapta el resto de la humanidad a los rincones de este raro planeta.

Pero it's fucking worth it, man. O como se diga eso en argot rimado.


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